POESÍA CÉSAR VALLEJO
Las relaciones entre la filosofía y la literatura son
estrechas, muchos de los problemas, temas y cuestiones sobres las que versan
han sido tratadas por filósofos y literatos desde sus enfoques respectivos. La
muerte, Dios, la vida misma, etc., son cuestiones que se reflexionan y abordan
desde ambas miradas, ya sea con la sutiliza, delicadeza y tono metafórico de la
literatura, o con la objetividad y el análisis, a veces crudo y frío como
piensan algunos, propio de la filosofía. Por ello presentaremos a continuación
a un poeta latinoamericano muy influyente e importante en la literatura actual.
El manejo de su estilo lo ha posicionado en lugares centrales de ésta. Las
cuestiones de las que trata son variadas, desde lo cotidiano de las relaciones,
hasta lo sublime del amor o la muerte, por lo que su tono puede perfectamente
llevarnos a reflexiones de tipo filosófico sobre las cuestiones que trata.
Compartiremos algunos de sus poemas esperando los disfruten y puedan servir de
pretexto para el diálogo filosófico y literario. Con ustedes Cesar Vallejo
(1892-1938).
LOS DADOS ETERNOS
Dios mío, estoy
llorando el ser que vivo;
me pesa haber
tomádote tu pan;
pero este pobre
barro pensativo
no es costra
fermentada en tu costado:
¡tú no tienes
Marías que se van!
Dios mío, si tú
hubieras sido hombre,
hoy supieras
ser Dios;
pero tú, que
estuviste siempre bien,
no sientes nada
de tu creación.
Y el hombre sí
te sufre: ¡el Dios es él!
Hoy que en mis
ojos brujos hay candelas,
como en un
condenado,
Dios mío,
prenderás todas tus velas,
y jugaremos con
el viejo dado…
Tal vez ¡oh
jugador! al dar la suerte
del universo
todo,
surgirán las
ojeras de la Muerte,
como dos ases
fúnebres de lodo.
Dios mío, y
esta noche sorda, oscura,
ya no podrás
jugar, porque la Tierra
es un dado roído
y ya redondo
a fuerza de
rodar a la aventura,
que no puede
parar sino en un hueco,
en el hueco de
inmensa sepultura.
(Los heraldos negros, 1919)
XVIII
OH LAS CUATRO paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.
Amorosa llavera de innumerables llaves,
si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!
Ah las paredes de la celda.
De ellas me duele entretanto, más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurados declives,
a un niño de la mano cada una.
Y sólo yo me voy quedando,
con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,
esta mayoría inválida de hombre.
XXVIII
HE ALMORZADO SOLO ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.
A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.
El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el brocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el brocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.
Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.
XXXIV
Se acabó el extraño, con quien, tarde
la noche, regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien me aguarde,
dispuesto mi lugar, bueno lo malo.
Se acabó la calurosa tarde;
tu gran bahía y tu clamor; la charla
con tu madre acabada
que nos brindaba un té lleno de tarde.
Se acabó todo al fin: las vacaciones,
tu obediencia de pechos, tu manera
de pedirme que no me vaya fuera.
Y se acabó el diminutivo, para
mi mayoría en el dolor sin fin,
y nuestro haber nacido así sin causa.
LXXVII
Graniza tánto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.
No se vaya a secar esta lluvia.
A menos que me fuese dado
caer ahora para ella, o que me enterrasen
mojado en el agua
que surtiera de todos los fuegos.
¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?
Temo me quede con algún flanco seco;
temo que ella se vaya, sin haberme probado
en las sequías de increíbles cuerdas vocales,
por las que,
para dar armonía,
hay siempre que subir ¡nunca bajar!
¿No subimos acaso para abajo?
Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!
(Selecció: TRILCE,
1922)
EL POETA
A SU AMADA
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
HOY ME GUSTA LA VIDA MUCHO MENOS
Hoy me gusta la
vida mucho menos,
pero siempre me
gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la
parte de mi todo y me contuve
con un tiro en
la lengua detrás de mi palabra.
Hoy me palpo el
mentón en retirada
y en estos
momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tanta vida y
jamás!
¡Tantos años y
siempre mis semanas!...
Mis padres
enterrados con su piedra
y su triste
estirón que no ha acabado;
de cuerpo
entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi
ser parado y en chaleco.
Me gusta la
vida enormemente
pero, desde
luego,
con mi muerte
querida y mi café
y viendo los
castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste;
una frente ésta, aquélla... Y repitiendo:
¡Tanta vida y
jamás me falla la tonada!
¡Tantos años y
siempre, siempre, siempre!
Dije chaleco,
dije
todo, parte,
ansia, dice casi, por no llorar.
Que es verdad
que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y que está bien
y está mal haber mirado
de abajo para
arriba mi organismo.
Me gustará
vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como
iba diciendo y lo repito,
¡tanta vida y
jamás y jamás! ¡Y tantos años,
y siempre,
mucho siempre, siempre siempre!
(Selección: Poemas
humanos, escrito entre 1931 y 1937; publicado póstumamente en 1939)
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